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Placer de contar, gozo de escuchar

di Francesc Massip
  Claire Benedict
Data di pubblicazione su web 27/06/2006  

El Teatre Nacional de Catalunya ha culminado con broche de roro su décima temporada (2005-2006) ofreciendo el espectáculo The Canterbury Tales que ha recalado en Barcelona antes de su estreno en Londres.

¡Qué envidia! Es la expresión que circulaba entre la profesión ante la lección magistral de la Royal Shakespeare Company (RSC), modelo de compañía estable y prototipo de teatro nacional de programación ambiciosa y responsable. Sólo un equipo tan sólido i ducho com la RSC podría estar a la altura para montar nuestros clásicos medievales y enfrentarse con la puesta en escena, por ejemplo, del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita o L’Espill de Jaume Roig, por no hablar del inconmesurable Tirant lo Blanc que el tórrido cineasta Vicente Aranda ha echado a perder en una película insignificante, torpe y deleznable.


Arbre
Arbre




La adaptación escénica que Mike Poulton ha hecho de los cuentos de Geoffrey Chaucer (c. 1340-1400) reproduce los cinco niveles narrativos del poeta londinense del siglo XIV, así como la diversidad de tonos y de lenguajes de los distintos contadores y de los múltiples personajes que convocan en cada relato. Por un lado está el autor, que encarna un espléndido Mark Hadfield, quien no sólo presenta la obra, sino que se insiere como un peregrino más entre los que van a Canterbury y que entretienen el viaje explicando historias de todo tipo. Chaucer ironiza sobre su propio oficio de poeta, especialmente cuando al explicar su historia –que Hadfield convierte en escena en un ágil e hilarante "rap" que se contagia a toda la compañía- recibe el comentario de disgusto de los oyentes por sus rimas ramplonas (quinto nivel textual). Pero antes presenta al resto de peregrinos (segundo nivel narrativo), que aparecen caracterizados con los indumentos que los definen, empezando por el hostelero (espléndido Barry McCarthy) que nos introduce al tercer nivel textual proponiendo el juego de los relatos y dando la palabra a los romeros. Se trata de un amplio muestrario de la sociedad de la época (de la clase militar a la eclesiástica pasando por los oficios artesanos) que explican las cosas cada uno desde la óptica que le es propia (cuarto nivel narrativo), en una polifonía de puntos de vista, de voces y de registros que, junto con la estructura en círculos concéntricos de la narración, constituyen la gran modernidad de una obra que Chaucer convirtió en laboratorio de experimentación literaria y que la RSC traduce en un abigarrado ramillete de técnicas escénicas.

El equipo actoral al completo de la RSC ofrecen el más exquisito nivel interpretativo, con trabajos matizados, esponjosos, vivaces, desde los más protagonistas a los últimos adláteres, con un admirable dominio del recitado en verso, lleno de musicalidad y fluidez rítmica, y una naturalidad expresiva despatarrante. "De la carne caliente al pescado frío", recorren todo el arco de situaciones de la vida humana, desde las más picantes a las más reflexivas, desde la carnalidad carnavalesca al éxtasis místico, desde el salaz relato del mayordomo, donde dos estudiantes retozan a gusto con la hija y la esposa del molinero que los aloja, hasta el milagroso y antisemita cuento de la priora (enjuta e intensa Paola Dionisotti), resuelto en escena con procesiones, incienso y el canto litúrgico “Alma Redemptoris Mater” entonado con toda propiedad, en una composición plástica que nos recuerda los retablos flamencos del gótico internacional. Lo cómico y lo solemne, lo profano y lo sagrado iban de la mano en aquella sociedad menos severa de lo que se cree: el fanatismo vendría después con la Contrareforma y el blindaje católico...


Para visualizar todo este heterogéneo mundo tardomedieval, la RSC se sirve del teatro de objetos, utilitzando vívidos muñecos de trapo para figurar tanto al travieso perrillo de la priora  como al conjunto de caballitos de madera ('hobby horses') con que cabalgan los caballeros y mantienen sus justas y torneos, como, muy especialmente, al gallo Cantaclaro, la gallina Pertelote y el resto del gallinero alborotado por el maligno zorro del cuento del capellán de monjas, una de las secuencias más celebradas, donde los actores se desdoblan en hábiles manipuladores de títeres y, además, en sublimes cantores de polifonías de época. O bien se utilizan las sombras chinescas para representar las rocas y acantilados de Bretaña que se hunden en el mar del cuento del hacendado. O cuando, en el cuento del molinero, el rijoso estudiante Nicolás (Edward Hughes) usa el salterio, que lleva colgando ante sus partes a guisa de calzoncillos, como instrumento de seducción para embestir a la joven Alison (salaz Lisa Ellis) casada con un anciano carpintero, mientras que el sacristán Abasalón (graciosísimo Michael Jibson), que también la pretende, le canta una serenata a ritmo de rock acompañado de bandurria y armónica y provisto de una larga cabellera rubia y rizada. También aparece algún que otro truco de origen medieval, como la decapitación de Virginia (encantadora Katherine Tozer), resuelta haciendo rodar la cabeza de cartón-piedra hecha a semejanza de la actriz, o la aparición de Apolo en un "araceli" o máquina aérea que eleva al dios, y otros elementos escénicos de gran simplicidad y eficacia: un árbol bajo el que mueren los tres libertinos ávidos de oro del cuento del bulero, y a cuyas ramas se encaraman el escudero Damián y la joven Mayo, esposa del viejo Enero del cuento del mercader, para retozar fuera de la vista del anciano.

No se explican enteros más que una quincena de cuentos, pero del resto (hasta 23) se dan breves secuencias, como el inacabable y soporífero cuento del monje que empieza al bajarse el telón del intermedio y cuando el público regresa del descanso aparece todavía contándolo con sus compañeros literalmente dormidos en el suelo del escenario hasta que se despereza el caballero (contundente Christopher Saul) y le interrumpe para dar paso al siguiente relato.

Todos los actores hacen de todo y bien: interpretan, cantan, manipulan, entran y sacan el decorado, tocan instrumentos... Su versatilidad y exigencia son lo más admirable en su actuación, así como las imaginativas resoluciones escénicas que han pergeñado los tres directores: Gregory Doran, Rebecca Gatward y Jonathan Munby, que han llevado a cabo un eficaz trabajo de vivificar al clásico medieval, sobretodo a partir de la potencia verbal que continen los versos de Chaucer, pero aderezados con una plástica escénica que remite al Medioevo tanto en el vestuario, como en la ambientación y la música, aunque los guiños a la modernidad son muchos y bien ensamblados.

Seis horas de espectáculo que resultan una maravilla inexcusable.

 

 


‘The Canterbury Tales’ de Chaucer
cast cast & credits
 

The Canterbury Tales
The Canterbury Tales





Mark Hadfield
Mark Hadfield




Michael Gibson
Michael Gibson


 
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